domingo, 31 de enero de 2016

«Un pedacito de Cielo»: las clarisas de Soria, un vergel vocacional que no para de atraer jóvenes


«Un pedacito de Cielo»: las clarisas de Soria, un vergel vocacional que no para de atraer jóvenes

Clarisas de Soria

Tras una sequía vocacional que ha llevado a muchos conventos a ser cerrados, se ha producido en España un florecimiento de la vida religiosa. Chicas jóvenes, muchas de ellas con prometedores carreras profesionales dejaban todo para seguir a Jesucristo y dedicar su vida a la oración y a la contemplación. Conventos como el de Iesu Comunio en La Aguilera o el de las dominicas de Lerma son un ejemplo que ha interrogado a muchos sobre el misterio que ha llevado a cientos de chicas a abrazar una vida dura pero que, sin embargo, las llena de felicidad.

Entre estos conventos florecientes hay uno que ha escapado a los focos pero que destaca por su vitalidad y su juventud. Son las clarisas de Soria, cuyo convento se sitúa en la iglesia de Santo Domingo, uno de los grandes monumentos del románico español.

Estas humildes religiosas consiguen evangelizar a diario desde la clausura. Como ya ha dicho el Papa Francisco en varias ocasiones la Iglesia crecerá por “atracción”. Y es lo que ocurre en este convento soriano.

Un ejército de jóvenes al servicio del Señor
La gente acude atraída por la paz que transmiten estas religiosas, por la alegría que contagian y por esta evangelización que sólo unas monjas pueden hacer desde el otro lado de las rejas. Es la Palabra que se va colando en el interior del que acude sin que lo perciba. Y cuando se quieren dar cuenta las monjas han conseguido inocular en sus visitantes esa semilla.


(Toma de hábito de una de las monjas / Foto: Diócesis Osma-Soria)

La comunidad religiosa es una de las más vitales de España. Actualmente supera las sesenta hermanas. En su gran mayoría jóvenes, muy jóvenes. El que acude a rezar con ellas puede observar numerosos velos blancos de las todavía postulantes e incluso varias con la cabeza aún descubierta. Las clarisas de Soria se han convertido sin duda en un foco de atracción evangelizadora.

Todas las tardes una hora antes de que dé comienzo la Eucaristía, todas las hermanas rezan vísperas ante el Santísimo Sacramento, expuesto permanentemente en el templo. En ese momento se produce la interacción con la gente. Muchos acuden sabiendo que las religiosas rezan en ese momento pero numerosos turistas reciben un inesperado regalo.

El gran regalo a turistas y vecinos
Es el caso de Isabel, una madrileña que acudió junto a su marido a la iglesia de Santo Domingo a contemplar la belleza de su fachada y al entrar al templo vio un espectáculo maravilloso. En ese momento decenas de monjas cantaban los salmos de las vísperas con una melodía que nunca podrá olvidar.
«Un pedacito de Cielo»: las clarisas de Soria, un vergel vocacional que no para de atraer jóvenes

(Las hermanas clarisas rezan vísperas cantadas en la iglesia diariamente)


“Fue como entrar en el Cielo”, asegura esta joven. De hecho, durante los días que permanecieron en Soria, Isabel y su marido no dejaron de acudir puntualmente al convento a rezar con las monjas. Junto a ellos, muchos turistas se quedaban boquiabiertos con la acción del Espíritu Santo.

Esta joven cuenta a ReL que “fuimos a Soria a descansar y a desconectar del estrés de Madrid pero nunca esperábamos encontrar algo así. No sabíamos que existían estas monjas y fue el mejor regalo que Dios nos pudo hacer”.

Las monjas dieron a este matrimonio paz y fuerza para seguir la lucha diaria contra el mundo y sus apetencias. Las religiosas actuaron como lo que son, un pilar de la Iglesia, que con su oración mantienen los cimientos.

Esta comunidad religiosa sigue recibiendo vocaciones pero además está siendo el auxilio de otros conventos necesitados de religiosas. Se están convirtiendo en un importante pulmón de la orden.

¿Cuál es el éxito de este convento?
Una de las preguntas que mucha gente, dentro y fuera de la Iglesia, se hace es el motivo por el cual un convento tiene tantísimas vocaciones y atrae a tantas jóvenes y otros estén echando el cerrojo ante la falta de religiosas.

Para conocer el secreto de Soria hay que remontarse décadas atrás, pues ahora se está recogiendo lo que entonces se sembró. Y en todo ello tuvo mucho que ver la madre Clara de la Concepción, la que fue durante mucho tiempo madre superiora, y que está en proceso de beatificación tras haber sido declarada venerable por parte del Papa Francisco.

Sor Clara de la Concepción, que falleció en 1973, fue una adelantada a su tiempo, lo que produjo también para ella muchos sufrimientos e incomprensiones. Sin embargo, los frutos hoy son muy visibles.

Sor Clara de la Concepción, una adelantada a su tiempo
Esta religiosa quiso llevar al convento de Santo Domingo a la regla primitiva de Santa Clara. Quiso que se viviese hasta el extremo el espíritu de la fundadora. Esto exigía muchos sacrificios como el vivir con mayor pobreza aún y con un abandono total a la providencia. Fue una especie de renovadora antes del Concilio. De hecho, en la cita vaticana se pidió que se volviera al carisma original de las órdenes. Ella ya lo había hecho mucho antes. Otras órdenes no quisieron seguir estas indicaciones y ahora agonizan.


Clara de la Concepción, en proceso de beatificación

Otro elemento del éxito del convento fue la lucha de esta madre superiora por el Santísimo Sacramento. Quería que estuviese expuesto de manera perpetua en la Iglesia. Para ella no había ningún faro mejor para guiar a la comunidad que Jesucristo Eucaristía. Finalmente consiguió, no sin esfuerzos ni sufrimientos, los permisos de las autoridades eclesiásticas. Todo ello, unido al gran amor y personalidad de Clara de la Concepción ha conseguido que cuarenta años después de su muerte los frutos sean cada vez mayores en el convento.

La fidelidad al carisma y la vivencia radical del Evangelio es el principal foco de atracción de una juventud que quiere y necesita esta radicalidad. Por ello, los conventos, movimientos y parroquias que apuestan por esta verdad florecen frente a aquellos que edulcoran la Iglesia introduciendo en ella la ideología del mundo.

Religión en Libertad necesita de tu ayuda para seguir transmitiendo la ternura de Dios

Santo Evangelio 31 de Enero 2016


Día litúrgico: Domingo IV (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 4,21-30): En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». 

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

«Ningún profeta es bien recibido en su patria»
P. Pere SUÑER i Puig SJ 
(Barcelona, España)


Hoy, en este domingo cuarto del tiempo ordinario, la liturgia continúa presentándonos a Jesús hablando en la sinagoga de Nazaret. Empalma con el Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús leía en la sinagoga la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos (...)» (Lc 4,18-19). Jesús, al acabar la lectura, afirma sin tapujos que esta profecía se cumple en Él.

El Evangelio comenta que los de Nazaret se extrañaban que de sus labios salieran aquellas palabras de gracia. El hecho de que Jesús fuese bien conocido por los nazarenos, ya que había sido su vecino durante la infancia y juventud, no facilitaba su predisposición para aceptar que era un profeta. Recordemos la frase de Natanael: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Jesús les reprocha su incredulidad, recordando aquello: «Ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Y les pone el ejemplo de Elías y de Eliseo, que hicieron milagros para los forasteros, pero no para los conciudadanos.

Por lo demás, la reacción de los nazarenos fue violenta. Querían despeñarlo. ¡Cuántas veces pensamos que Dios tiene que realizar sus acciones salvadoras acoplándose a nuestros grandilocuentes criterios! Nos ofende que se valga de lo que nosotros consideramos poca cosa. Quisiéramos un Dios espectacular. Pero esto es propio del tentador, desde el pináculo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo» (Lc 4,9). Jesucristo se ha revelado como un Dios humilde: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Imitémosle. No es necesario, para salvar a las almas, ser grande como san Javier. La humilde Teresa del Niño Jesús es su compañera, como patrona de las misiones.

© evangeli.net M&M Euroeditors | 

Lo que aleja a muchos de la misa no es el sueño ni la pereza, sino la ignorancia


«¿Para qué ir a misa? ¡Si no tengo ganas!»: conozca la respuesta, muy lógica, del padre Loring

Un propósito para 2014: no faltar a misa

«¿Para qué ir a misa? ¡Si no tengo ganas!»: conozca la respuesta, muy lógica, del padre Loring

Lo que aleja a muchos de la misa no es el sueño ni la pereza, sino la ignorancia


El jesuita Jorge Loring, que falleció el pasado día de Navidad a los 92 años de edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos. 

En su opinión, tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de fe. 

En su libro "Anécdotas de una vida apostólica" (De Buena Tinta), explica cómo respondía a la pregunta "¿por qué me piden ir a misa, si no tengo ganas?" 

Lo reproducimos aquí.

Por qué hay que ir a misa, 
por Jorge Loring, sj

Es de pena la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa Misa. 

Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.

El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas. 

Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor. 

Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad. 

La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tie nes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.

Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?

A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.

Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.

Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas. 

No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.

Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten- ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa.

El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe. 

(Bajo estas líneas, el padre Loring dando alguna respuesta clara a un joven estudiante)


Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.

En la misión de Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en el casino a la juventud mayor de dieciséis años.

Durante la comida nos dijo el padre Pardo:
—Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha hecho impacto.
—¿Qué?
—Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración! 

Y yo le dije: —¡Magnífica idea! 

Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola Misa. 

Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.

Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los sacrificios que tengas que hacer por no perderla.

En una ocasión viajaba yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el sevillano» y en Sevilla «el catalán».

Salimos de Barcelona a las once de la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi libro, sin levantar cabeza.

Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían: 
—Padre, ¿quiere un bocadillo? 
—No. Muchas gracias. 
—Pero si no ha tomado nada desde que salimos de Barcelona. 
—Es que al llegar a Sevilla quiero decir Misa. 

En aquel tiempo el ayuno eucarístico había que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados. Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.

En Sevilla, mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche. Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero dije Misa que vale mucho más.

Lo que vale una misa lo expresa el padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad».

Esto parece exageración, pero cuando te lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y esto vale mucho más.

sábado, 30 de enero de 2016

María y un seminarista en Nazaret


María y un seminarista en Nazaret

Pide por todos los seminaristas, para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar la voz de María que los acompaña.

Por: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net 



Durante la misa, nuestro Obispo es asistido en ella por un sacerdote, dos monaguillos y un seminarista de quien, y por casualidad, apenas sé su nombre.

Me pregunto, Madre querida, cuál habrá sido el camino que debió recorrer ese joven para llegar hasta...

- Hasta un especial sitio en mi Inmaculado Corazón.- Me respondes mientras le miras desde tu imagen del altar.

- Madre, por caridad, cuéntame lo que él y tantos como él, significan para ti.

Tu imagen de La Dolorosa, al pie de la Cruz, y junto a San Juan, parece murmurar una respuesta. Así es Madre, tu siempre eres para tus hijos, respuesta serena al alma.

- Verás, hija, desde aquellos tiempos en que veía a los Apóstoles ir recorriendo lentamente los caminos que Jesús les mostraba. Desde que aprendí a conocer sus dudas, sus preguntas, sus renuncias. Desde aquellos días mi corazón ha ansiado ser compañera de camino en quienes entregan su vida al servicio de Dios. Ese camino que empezó, para mí, el día de la Anunciación, en medio de un indescriptible gozo, pero que continuó, más tarde, en medio del silencio y la rutina de Nazaret.

- Comprendo, Madre, o casi... pero, a ellos, a nuestros seminaristas, ¿Cómo les acompañas?

- Cuando un alma escucha el llamado de Dios y responde, le invito a compartir mi alegría en el día de la Anunciación. Luego, le acompaño fielmente en las dificultades que debe afrontar, pues les espera un viaje a Belén, no programado, y muchas puertas que han de cerrarse. Tendrá una Nochebuena con canto de ángeles y también un Simeón anunciando espadas. Deberá buscar, en medio de tantas noches oscuras, un sitio seguro para resguardarse de las tentaciones. Oh! Hija, no puedes imaginar cuán hermoso, sereno y perfumado, es el sitio que tengo reservado para ese amado hijo.

-Es ¿Tu Corazón? O sí, seguro ha de ser tu Corazón, Madre querida. Allí tienes, para el alma, una exquisita ternura, un refugio seguro en las tormentas del alma, y, sobre todo, el camino más corto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

-Así es hija. Desde mi corazón, le llevaré a los días en que Jesús se perdió y yo le buscaba. Le contaré que muchas veces deberá hacer esta búsqueda a lo largo de su vida. Después, le traeré conmigo a los días de Nazaret, al silencio, a lo cotidiano, a las pequeñas cosas.

- Entonces, Madre, un seminario ¿Es como un pequeño Nazaret?

- Pues... sí.

- Y, si es Nazaret, entonces ¡estas tú!. Siempre, cada día, cada mañana.

- Cada mañana- y tus ojos parecen recorrer todos los seminarios del mundo-, cada mañana le pregunto, si quiere permanecer junto a mí en Nazaret. Y su "sí" me alegra el alma. Y nos vamos juntos a buscar agua al pozo. Él alivia mis cansados brazos y yo le sirvo agua fresca cuando estudia en la biblioteca. También me ayuda a cargar la leña y encender el fuego y yo le regalo gracias a su alma, para que su oración no sea una simple repetición de palabras sino un torrente de amor que, desde su corazón, llegue al Corazón de Jesús.

Miro hacia el altar y allí, en un rincón, en un Nazaret de silencio, el joven seminarista se arrodilla durante la Consagración.

- Hija mía- susurras a mi corazón- ahora soy yo la que quiere pedirte algo.

- Dime, Madre, dime, pues mi corazón halla gozo en servirte.

- Ora, hija, ora por ese joven y por todos los seminaristas. Ora para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar el canto del viento de Nazaret, el perfume de aquel hogar, que ahora habitan. Ora para que, cada mañana, su corazón elija, nuevamente, acompañarme al Corazón de Jesús, de donde brotan ríos de agua viva.. Ora para que sientan mi mano en la suya, mi abrazo en la noche oscura del alma, mi compañía en cada día, en cada alegría, en cada soledad, en cada pena. ¿Puedo, hija, contar con tus oraciones?.

-Sí, Madre, sí, y perdóname por no habértelas ofrecido antes. Perdóname por haber esperado, cómodamente, que siempre haya un sacerdote en la parroquia, sin haber pensado que, para hallarlo, primero debió existir un seminarista que, cada mañana, eligió ser tu compañero en Nazaret. Que sintió tu mano, cuando yo sólo le regalaba olvido, que sintió tu abrazo, cuando yo ni siquiera me preocupé por saber su nombre.

La misa ha terminado. Todos se han retirado. El joven seminarista atiende los pequeños detalles para la siguiente misa. Ahora sé que está contigo en Nazaret, ordenando la casa, esperando a Jesús.

Te regalo, Madre, mi oración por él. Regálale tu, todo el perfume de Nazaret.


NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."




Santo Evangelio 30 de Enero 2016


Día litúrgico: Viernes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)


Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

© evangeli.net M&M Euroeditors | 

viernes, 29 de enero de 2016

Santo Evangelio 29 de Enero 2016


Día litúrgico: Viernes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells 
(Salt, Girona, España)


Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

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jueves, 28 de enero de 2016

Santo Evangelio 28 de Enero 2016

Día litúrgico: Jueves III del tiempo ordinario

Santoral 28 de Enero: Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». 

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».

«¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?»


Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch 
(Salt, Girona, España)


Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “ausentes” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

© evangeli.net M&M Euroeditors 

miércoles, 27 de enero de 2016

Santo Evangelio 27 de Enero de 2016


Día litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone». 

Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».

«El sembrador siembra la Palabra»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

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martes, 26 de enero de 2016

Santo Evangelio 26 de Enero 2016


Día litúrgico: Martes III del tiempo ordinario

Santoral 26 de Enero: Santos Timoteo y Tito, obispos

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

«Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)


Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazaret a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.

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lunes, 25 de enero de 2016

Santo Evangelio 25 de Enero de 2016


Día litúrgico: 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol

Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)


Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 16,17-18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.

Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir.

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Himno: Crece la Luz bajo tu hermosa mano



Himno: CRECE LA LUZ BAJO TU HERMOSA MANO.

Crece la luz bajo tu hermosa mano,
Padre celeste, y suben
los hombres matutinos al encuentro
de Cristo Primogénito.

El hizo amanecer ante tus ojos
y enalteció la aurora,
cuando aún no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarla.

El es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.

Él es quien nos reanima y fortalece,
y hace posible el himno
que, ante las maravillas de tus manos,
cantamos jubilosos.

He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en la claridad de la mañana,
el signo de tu rostro.

Envía, Padre eterno, sobre el mundo
el soplo de tu Hijo,
potencia de tu diestra y primogénito
de todos los que mueren. Amén.

domingo, 24 de enero de 2016

Santo Evangelio 24 de Enero 2016


Día litúrgico: Domingo III (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».

«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»
Rev. D. Bernat GIMENO i Capín 
(Barcelona, España)


Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.

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Santo Evangelio 24 de Enero 2016


Día litúrgico: Domingo III (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».

«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»
Rev. D. Bernat GIMENO i Capín 
(Barcelona, España)


Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.

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El primer santo de la Guerra Cristera de México es un niño de 14 años que fue cruelmente martirizado

El primer santo de la Guerra Cristera de México es un niño de 14 años que fue cruelmente martirizado
El primer santo de la Guerra Cristera de México es un niño de 14 años que fue cruelmente martirizado

El beato José Sánchez del Río murió mártir a los 14 años... a la izquierda, una foto de él; a la derecha, en la película Cristiada, de 2012

México tendrá un nuevo santo gracias al decreto del Papa Francisco que aprueba un milagro y pide la canonización del beato mártir José Sánchez del Río, muchacho de 14 años asesinado durante la Guerra Cristera (1926-1929).

Su historia se popularizó fuera de México por la película "For Greater Glory" (Cristiada) que recogía su ejecución. En 2015 se publicó en España su biografía "El Niño Testigo de Cristo Rey", notable porque el autor, el padre Luis Laureán conoció personalmente a los asesinos. Recuperamos el artículo de ReL al respecto.

***

De entre las historias de mártires mexicanos de la persecución de los años 20, probablemente la más estremecedora y que cada vez será más popular es la del adolescente José Sánchez del Río, ejecutado con torturas por las tropas gubernamentales cuando tenía 14 años. Su martirio es recogido de forma terrible -pero aún así suavizado- en la película de 2012 Cristiada (For Greater Glory).

El niño había insistido en sumarse a las fuerzas cristeras siempre por motivos religiosos. Convenció a su madre para que lo dejase marchar sólo cuando dijo: "Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora".

El 6 de febrero de 1928 las tropas del bando federal lo hicieron prisionero y lo encerraron en la sacristía de la iglesia local, la misma iglesia donde fue bautizado, donde creció en la fe.

Lo ejecutaron con torturas el 10 de febrero. La descripción muestra un ensañamiento fanático que parecería fantasía hagiográfica de no estar bien confirmado por muchos testigos. Por desgracia, abundó la crueldad, a veces meticulosa, en la persecución anticristiana mexicana de los años 20.


Los detalles de un martirio
En un país "democrático" en la época de la luz eléctrica y el motor de explosión se repetían torturas propias del bíblico Libro de los Macabeos, y por similares motivos: el poder del Estado buscando esclavizar la conciencia del individuo, que cuando no se doblega debe ser ejecutado con suplicios.

Al adolescente le cortaron las plantas de los pies para que sangrase. 

Con los pies desollados y ensangrentados lo hicieron caminar por las calles de su ciudad, Sahuayo (Michoacán).



Durante el doloroso trayecto, el muchacho no dejó de gritar vivas a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe, llorando y rezando a la vez.

Le señalaron la tumba que había preparada para él, lo ahorcaron y acuchillaron mientras colgaba. Pero aún no estaba muerto.

Uno de sus verdugos, Rafael Gil Martínez "El Zamorano" lo bajó y le preguntó: "¿Qué quieres que le digamos a tus padres?" El muchacho respondió: "Que Viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos".

A continuación "El Zamorano" le disparó en la sien y acabó con su tortura. Desde esa misma noche acordonaron el cementerio con tropas para asegurarse que la gente no se llevase reliquias del muchacho, que ya para todos era santo. Sería beatificado oficialmente con otros 11 mártires en 2005.

La historia en su contexto social y de fe
El núcleo de la ejecución es tan intenso, que puede hacer olvidar lo principal: quién era José, cómo era el mundo en el que vivía, y cuál era el amor a Dios que lo movió en su corta vida y en su muerte radical.

Eso se ha de narrar con fotos, con testimonios, recorriendo las calles, los lugares, hablando con los testigos, incluso hablando con el ejecutor, el que apretó el gatillo.

Y así lo ha hecho el sacerdote mexicano Luis Manuel Laureán, paisano del joven mártir, que da carne y vida al muchacho y su época en un libro apasionante y detallado de 174 páginas en Ediciones De Buena Tinta titulado El Niño Testigo de Cristo Rey.


Lo cotidiano y costumbrista, lo sobrenatural e incluso cierta mediocridad demoniaca se mezclan en esta historia. Investigando el Holocausto, Hanna Arendt se asombrababa de la "banalidad del mal", de descubrir que los verdugos de Auschwitz no eran monstruos hinchados de odio, sino aburridos funcionarios, gente vulgar, gris y cobarde sin mayor pasión, cumpliendo sus horarios y ordenanzas. El horror se hizo con "gente normal". 

Poner rostro y alma al verdugo
En los iconos rusos de mártires los verdugos y torturadores no suelen tener rostro, sino una mancha negra. Son anónimos. El mal los usa como instrumento opaco: al final, toda la luz resplandece en el santo, en su rostro auténtico, el que se ve desde el Cielo.

Pero el caso es que el padre Laureán, autor del libro, no ve a "El Zamorano" como un verdugo anónimo. "Lo conocí en mi niñez y conversé con él en 1994; era mi vecino, barda de por medio. Le escuché alabar a los padres jesuitas por su formación y por los ejercicios espirituales que predicaban; se hizo muy amigo del padre Cuevas", explica en una nota.

"El Zamorano" tuvo buenas tierras y buen ganado, y siempre se negó a hablar de las ejecuciones, sólo a veces hablaba de alguna batalla que ganó con los federales. Intentaba ser aceptado por sus vecinos, celebraba la primera comunión de su hijo (una foto en el libro lo recoge)... pero todo el pueblo sabía que él mató al niño mártir.

Otro de los ejecutores, al que llamaban "La Aguada", también era conocido por el autor. "A mis once años lo vi liarse a tiros con un señor que apodaban el Barzón, en la calle Victoria, a tres calles de la plaza. Resultó herido en la ingle y su contrincante escapó ileso. En 1994 lo encontré ya muy desmejorado y pidiendo unos pesos de limosna", escribe Laureán.

Este "Aguada" y su esposa Sara hablaron de aquellos años en una larga entrevista en 1996, recogida por Alfredo Hernández Quesada, fundador del Museo Cristero, entrevista que el libro de Laureán recoge. "La Aguada" rebajaba su papel en la época: colgaba cristeros, sí, pero no violaba mujeres, eso lo hacían los otros compañeros. "Convirtieron los templos en burdeles. Ahí metían viejas, metíamos viejas y metíamos todo, y hacían... y de mí se burlaban porque yo no hacía, yo no quería hacer cosas..."

Pero la señora Sara sabía que su marido y sus tropas hicieron cosas horribles, y pensaba que quizá por ello todo les fue mal en la vida, y también a sus hijos, y la gente les ha señalado. "Yo digo: Dios mío, no eres vengativo pero sí eres justo", dice ella. Aguada reconoce que él tenía 20 años, robaba y acusaba de sus robos a los cristeros.

El arrepentimiento de los torturadores
Laureán explica, finalmente: "Casi todos los verdugos se arrepintieron. Al Zamorano se le veía en la iglesia. La Aguada se mostró dolido del mal que había hecho. A la pregunta de si participó en la muerte de José Sánchez del Río respondía con un silencio tenso y doloroso, que indicaba su astucia y tal vez su sincero arrepentimiento. En sus últimos años daba pena verlo, sus facultades mentales quedaron muy disminuidas. Algo semejante sucedió con la Pispirria, hermano de la Aguada, con los Gutiérrez o Borregos, con Eufemio la Chiscuaza, y el Malpola, al que algunos atribuyen las cortaduras en las plantas de los pies".

¿Y qué pasó con Picazo, que era el cacique de la región, el que mandaba y dirigía las atrocidades contra los cristeros?

Laureán considera que era un hombre valiente, pero a la vez soberbio y vengativo y nunca dio muestras de arrepentimiento, aunque costeaba el sostenimiento del convento de adoratrices donde tenía dos hermanas. Muchos le odiaban y fue asesinado de un disparo en 1931 en un litigio sobre tierras. Sus hijos dicen que un sacerdote acudió rápido y le ayudó a morir bien. Muchos consideran que fue obra de la intercesión celestial del beato José, que había sido ahijado suyo. Melecio Picazo, hijo del cacique, es sacerdote misionero del Espíritu Santo. Su esposa crió a los hijos en la fe y con buen corazón.

Sangre de mártires, semilla de cristianos
La cruel persecución anticristiana de los años 20, con miles de muertos, iglesias profanadas y una guerra civil por medio, no debilitó la fe de los católicos mexicanos. Por ejemplo, pese a un régimen oficial y militantemente laicista, en el periodo entre 1914 y 1945 el número de religiosas pasó de 1.480 a 8.123. En 1968, las religiosas en México ya eran 22.400.

Laureán muestra que los mártires, como el muchacho José Sánchez, fueron un incentivo para muchas vocaciones. "Yo tenía nueve años y me crucé con José Sánchez. Le pedí seguirlo en su camino, y viéndome tan pequeño me dijo: ´Tú harás cosas que yo no podré llegar a hacer´, y esto determinó mi entrada al sacerdocio", explica por ejemplo el padre Enrique Amezcua, fundador de los Operarios del Reino de Cristo.

(La película Cristiada, que ha popularizado al niño mártir, se puede conseguir legalmente aquí)

sábado, 23 de enero de 2016

Santo Evangelio 23 de Enero 2016


Día litúrgico: Sábado II del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,20-21): En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».

«Está fuera de sí»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy vemos cómo los propios de la parentela de Jesús se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no “salpica” a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.

Ahora bien, ¿y nosotros? ¡Hagamos examen! ¿Cuántas personas que viven a nuestro lado, que las tenemos a nuestro alcance, son luz para nuestras vidas, y nosotros...? No nos es necesario ir muy lejos: pensemos en el Papa Juan Pablo II: ¿cuánta gente le siguió, y... al mismo tiempo, cuántos le interpretaban como un “tozudo-anticuado”, celoso de su “poder”? ¿Es posible que Jesús —dos mil años después— todavía siga en la Cruz por nuestra salvación, y que nosotros, desde abajo, continuemos diciéndole «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32)?

O a la inversa. Si nos esforzamos por configurarnos con Cristo, nuestra presencia no resultará neutra para quienes interaccionan con nosotros por motivos de parentesco, trabajo, etc. Es más, a algunos les resultará molesta, porque les seremos un reclamo de conciencia. ¡Bien garantizado lo tenemos!: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su “poltronería”.

¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Les hemos de responder que no lo somos, porque en cuestiones de amor es imposible exagerar. Pero sí que es verdad que somos “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”: «o todo, o nada»; «o el amor mata al yo, o el yo mata al amor».

Es por esto que san Juan Pablo II nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza».

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viernes, 22 de enero de 2016

Santo Evangelio 22 de Enero 2016


Día litúrgico: Viernes II del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

«Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso»
Rev. D. Llucià POU i Sabater 
(Granada, España)

Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.

¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría). 

Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.

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jueves, 21 de enero de 2016

Fue atea, mochilera, escaló el Himalaya, sufrió racismo... en África encontró a Dios en el dolor

Sor Guadalupe, ermitaña en Santa María de Zamarce, Navarra
Fue atea, mochilera, escaló el Himalaya, sufrió racismo... en África encontró a Dios en el dolor

Fue atea, mochilera, escaló el Himalaya, sufrió racismo... en África encontró a Dios en el dolor

La hermana Guadalupe Escudero hace vida de ermitaña a cargo de Santa María de Zamarce, en Navarra, iglesia del siglo XII con una casa de espiritualidad


Guadalupe Escudero Guillén tardó años en recordar sin lágrimas aquel convulso amanecer de Ruanda en el que su vida dejó de ser la que era para siempre. 

Su enjuto cuerpo de apenas 1.65 metros, sus finas gafas que esconden una mirada azul serena, no hacen sospechar las mil y una aventuras que vivió antes de aquel instante.

La muerte no era algo nuevo para ella. Ya había tenido varios encontronazos con ella, como aquel día que la montaña le arrebató a un compañero, pareja de una de sus mejores amigas.

O aquella otra ocasión en la que deambuló, a más de 5.000 metros de altitud, perdida en medio de una ventisca que le azotó la cara durante más de tres horas sin dejarle ver una sola huella o una roca que le mostrara el camino que le devolviera a la tienda de campaña antes de que oscureciese. 

Porque Guadalupe Escudero Guillén no siempre ha sido Sor Guadalupe o ‘Sor Piolet‘ como la conocen muchos. 

No siempre ha vivido en el Monasterio de Zamartze [Zamarce en castellano, nota de ReL] a los pies de la Sierra Aralar, junto a Uharte-Arakil, a media hora en coche de Pamplona.

De hecho, confiesa que durante su juventud ni tan siquiera creía en Dios. “Era atea porque no conocía al verdadero Dios y sigo sin creer en aquel dios que rechazaba”, reconoce ya vestida de hábito.

Guadalupe Escudero nació en Piornal, el pueblecito más alto de Extremadura, a 1.170 metros. En este paraje del valle del Jerte, en Cáceres, donde según los libros de historia romanos, visigodos y árabes pasaron de largo por las inclemencias del tiempo, creció esta joven “siempre enamorada”.


Pese a todas las experiencias acumuladas a lo largo de una vida de viajes, Guadalupe cuenta que no se siente especial. Con un hábito azul que también oculta su pelo, recuerda la ropa de “vivos colores” que vestía cuando era joven, los guateques de la época rodeada de buenos amigos y la vida de estudiante de Delineación cuando aún vivía con sus padres en Plasencia. Y entre tanto, la montaña, siempre la montaña.

La realidad es que Guadalupe siempre ha sido una pionera. Las hemerotecas lo atestiguan. El rotativo Mundo Deportivo le dedicó una página entera el miércoles 1 de octubre de 1986 para contar todos los detalles de la expedición que iba a iniciar junto a tres amigas más al Island Peak, de 6.200 metros de altura. “Cuatro extremeñas a la conquista del Himalaya”, titulaba el periodista (aquí en PDF). 



Este grupo de mujeres, la segunda expedición de féminas españolas que pisarían el Himalaya, compartían página con una leyenda del himalayismo, el austriaco Reinhold Messner, a punto de intentar el ascenso al Lothse (8.516 metros). En la noticia, se emulan los picos hollados por cada una de las componentes de la expedición.

Para entonces, Guadalupe, “de 24 años de edad y en desempleo”, ya contaba en su palmarés con varias cumbres de los Pirineos, los Alpes, los Picos de Europa, el Atlas marroquí y un largo etcétera.

Pero para ella la vida era algo más que subir a lo más alto de una montaña con el fin de contemplar el mundo y escuchar su silencio. “Creía que la vida encerraba un secreto. En mi interior había una búsqueda y quería ser fiel a ella. Elaboraba una lista, la lista de la vida, como la llamaba ella, que la componía de abajo hacia arriba, poniendo lo primero aquello que la hacía feliz.

“Siempre he apostado por lo primero de esa lista”, relata. En ese ‘inventario vital’ su deseo de ayudar a los demás y el amor siempre ocupaban los primeros puestos.


Fiel a esas prioridades, Guadalupe Escudero dejó atrás Plasencia para recorrer de ‘mochilera’ buena parte de Latinoamérica y las principales capitales europeas.

“Vivía la vida. Ella no me llevaba. Siempre decidía antes las cosas y siempre procuraba aprender de todo”, cuenta. Trabajó como diseñadora en una fábrica de peluches, fue auxiliar de enfermería o sirvió hamburguesas en un McDonald’s del barrio negro de Londres, donde ella era la única persona blanca: “Allí sufrí el racismo. Todo lo que los blancos hacían a los negros, ellos me lo hacían a mí. Si había terminado de fregar el suelo, venía algún joven y escupía sobre él”.

Lo económico o lo material apenas tenía importancia: “Me daba libertad tener poco. Cuando apenas tenía dinero, ver escaparates era como pasear por un jardín. Me gustaba lo que veía. Si un mes ganaba un poco más de dinero porque había trabajado más, era un suplicio. Lo que antes me parecía prescindible, de pronto pasaba a ser necesario. No me quería subir a ese engranaje social. Esto no quiere decir que yo no sea de este mundo”.

Transformada por África
El último viaje de Guadalupe Escudero tuvo como destino Ruanda. Aterrizó en este país el año 1991, unos pocos meses antes de que estallara la guerra civil entre hutus y tutsis. Como en otros tantos viajes, sólo había comprado el billete de ida. 

“En Ruanda Dios estrechó su cerco sobre mí”, explica. 

En este país del corazón de África ayudaba en un dispensario, intentando aliviar el dolor de los demás con los escasos medios con los que contaba y, sobre todo, intentaba que los demás se sintieran queridos: “Sentía impotencia ante el dolor y la muerte. Me di cuenta que mis dos manos, con las que antes había conseguido subsistir sin problemas, se quedaban pequeñas”.

María Guadalupe Escudero no podía hacer nada por salvar la vida de la personas que veía morir en sus brazos: “Me pedían que rezase a Dios por ellos. Pero… ¡¿A qué Dios?! Yo no tenía ningún Dios. Tenía que cumplir con lo que me habían pedido. Era algo sagrado y no sabía ni cómo hacerlo”. 

La muerte de una niña
Hasta que la muerte de una niña ruandesa de cinco años le hizo “tocar fondo”.

Esa niña que cambió el rumbo de su vida se llamaba Wimana. “La habían abandonado y estaba desnutrida. Todo lo malo que puedas imaginar que le ha pasado es poco”, recuerda Guadalupe con un tono pausado. “Dábamos paseos y la cuidaba. No necesitábamos hablar para entendernos porque el lenguaje del amor es universal”.

Un día, al alba, en ese momento incierto en el que se funden el día y la noche, una religiosa avisó a Guadalupe. Wimana se estaba muriendo. 

«Me llamaron para avisarme de que estaba a punto de morir. Me preguntaron si quería despedirme de ella. Y lo hice. Murió entre mis brazos. Salí llorando, gritando y desesperada hacia una capilla que había en la misión. Me senté y lloré y lloré. Sumida en una total oscuridad, había encontrado la prueba de la no existencia de Dios… una cosa es dudar de su existencia, y otra creer haber encontrado la prueba definitiva que clausura toda duda… No podía existir un Dios que permitía tanto dolor y tanto absurdo como el de la vida de esa niña inocente que nació sólo para sufrir y morir…» 

«Se hizo la oscuridad y mi vida dejó también de tener sentido… antes nunca lo había pensado, pero sin Dios toda mi existencia carecía de fundamento real. En medio de mi desesperación fui sintiendo paz. Wimana me decía que su vida no había sido inútil, que había existido para llevarme a mí a Dios. Su vida sí había tenido sentido. Pasé del absurdo a la razón total. Entendí que Dios existía y que Él plenificaba y daba sentido a nuestra existencia. Le pedí que me mostrara quién era».

Jesucristo y el amor
Las respuestas empezaron a llegar con la lectura del Evangelio que le dejaron las religiosas con las que convivía en la misión. “Jesús hablaba del amor, y yo de eso entendía. Desde ahí empecé a llegar al Dios verdadero”.

Jesús pasó a ser el primero de la lista y se consagró como religiosa para apostar por Él.

“A quienes me conocían no les sorprendió. Seguía siendo la misma”, dice. Ahora, como ‘ermitaña’ de Zamartze, y entregada completamente a Dios, explica que no tiene miedo a la soledad porque para ella no es algo nuevo. Durante toda su juventud caminó durante horas por senderos en completa soledad y silencio. 

“El sonido del silencio en la naturaleza no tiene precio. Atender Zamartze no es casualidad. Para mí representa la unidad. Es la casa de espiritualidad de la diócesis y casa de todo el que quiera encontrarse: necesitamos salir de la vertiginosa rutina de cada día para entrar en nuestro interior y escucharnos, y escucharle”.

La tranquilidad del Monasterio de Zamartze, sólo es rota por el trino de un pájaro o algún montañero que no puede salir de su asombro cuando una enjuta religiosa se le acerca con paso tranquilo, y le detalla cómo ha de hacer mejor uno u otro nudo. Con serenidad, les explica: “Yo escalé en el Himalaya”.

(Texto y fotos de Rubén Elizari)