jueves, 13 de abril de 2017

Prodigio de Amor. Jueves Santo



PRODIGIO DE AMOR

Por Javier Leoz

Antes de la Pascua, cuando Jesús sabía que había llegado el momento de ir hacia el encuentro con el Padre, miraba nuevamente a los suyos; a los que tanto había amado. A aquellos por los que en tantas ocasiones y en tanto se había desvivido y… de nuevo los ama hasta el extremo.

1. El Jueves Santo contiene el prodigio del amor del servicio. ¿Cómo puede el Señor arrodillarse y, en ese gesto, indicarnos que ser otros cristos hay que saber doblegar nuestros intereses y nuestros títulos, nuestras capacidades y nuestra dignidad a los pies de la humanidad?

El amor, en la tarde de Jueves Santo, resulta sorprendente y escandaloso, interpelante y abrasivo a los ojos: es la generosidad que no mira a quien la ofrece sino a las manos que están dispuestas a realizar lo mismo que el Maestro enseña.

El Señor se va pero, antes de marcharse, nos deja un lugar inequívoco en el cual nos deberán de reconocer y hallar creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes: el amor.

2. El Jueves Santo posee el prodigio del amor eucarístico. Que el Señor se quede en la tierra, en medio de nosotros, de igual forma a la que está en el cielo, sólo es descifrable desde la fe. Pero es que, Jueves Santo, nos regala eso: “Haced esto en conmemoración mía”. Además de pan de eternidad, el Señor, nos invita a hacer un acto de fe: si lo ha dicho el Señor, entonces, el Señor aquí está. Edificando a su Iglesia. Fortaleciendo, con su Cuerpo y con su Sangre, nuestra fe y nuestros trabajos apostólicos. Por su Eucaristía, el Señor, comienza a alimentar a esa Iglesia que rodea el altar (12 apóstoles con virtudes y fallos) y lo sigue haciendo, fiel a su promesa, allá donde nos encontramos los cristianos de los cuatro puntos del mundo.

El Señor se va pero, antes de marcharse, nos concede este sacramento admirable ante el cual se han emocionado los santos o dado su misma vida tantos mártires en la clandestinidad o en tiempos de dificultades. Eucaristía misterio de fe y de amor. De Pasión y de Muerte. De Sacrificio y de Resurrección.

La intimidad de Cristo, lo más sagrado y noble, lo mostramos con respeto, admiración, emoción y a la adoración los sacerdotes. ¡Tú estás aquí, Señor! ¡Te has querido quedar con nosotros! ¡Testamento que, un día y otro también, seguimos cumpliendo tus hermanos sacerdotes!

3. EL Jueves Santo nos muestra el alma sacerdotal del Señor. No sólo nos ofrece un poco de pan y un poco de vino. Es Cristo mismo quien se nos da: sacerdote, víctima y altar. Los primeros cristianos decían “No podemos vivir sin la misa de los domingos”.

Nuestra Iglesia, nuestras familias cristianas...tampoco podrían ser las mismas sin la figura de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote y, tampoco, sin los sacerdotes.

Hoy, en este atardecer en el que Jesús tanto confía a sus apóstoles (sus vivencias, sufrimiento, servicio, generosidad, alimento, eucaristía….) pedimos perdón, una vez más, por las veces en que como sacerdotes no logramos estar a la altura. Por aquellos hermanos nuestros que se han alejado del sacerdocio como don de vida, respeto, prudencia, pobreza, pureza u obediencia. Conscientes de que nuestra misión la llevamos en vasijas de barro (como nos recuerda San Pablo) pedimos al Señor que reavivemos nuestra vocación sacerdotal y podamos servirle con transparencia, radicalidad y valentía. Orad por nosotros.

4.- El Señor se va pero, antes de marcharse, junto con el banquete pascual nos concede el don del sacerdocio. El nos acompaña en nuestras fatigas y menosprecios. El, más allá de nuestras capacidades y limitaciones, es quien está a la cabeza de lo que somos y de la causa a la cual servimos.

Jueves Santo es todo un gran prodigio de amor y de ternura, de misterio y de obediencia, de adoración y de fraternidad…..de humildad inclinada a los pies de la humanidad doliente.

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